Estoy segura de que muchos de vosotros os estáis preguntando, ¿cómo es posible que estemos todo el día en casa y vea a mi hijo tan poco? Pues bien, la adolescencia es un periodo difícil, de muchas turbulencias y cambios que llevan a la construcción de una identidad propia. Durante esta etapa, las relaciones sociales y el espacio personal cobran total importancia porque son el vehículo para separarse de los padres y empezar a crear una identidad propia. Y durante el confinamiento esta etapa debe seguir su curso.
No es fácil para los padres separarse de los hijos, es difícil darnos cuenta de que ya no les apetece compartir una «peli» con nosotros, ya no nos escuchan, ni somos sus héroes, ni quieren parecerse a nosotros sino ponerse el pelo verde. Necesitan explorar sus gustos, resolver sus propios problemas, tener su propia forma de pensar y, en realidad, esto es lo que les llevará a convertirse en adultos seguros. Nosotros sólo tenemos que apoyar su exploración, animarles a hacerla y estar ahí para lo que necesiten, cuando ellos lo pidan. Necesitan que validemos sus emociones y sus proyectos sin juzgar, sólo estando a su lado y animándoles, quedándonos alrededor para cuando necesiten regresar. Regresar significa que pueden volver escaldados y nosotros estaremos ahí para acoger, calmar y consolar, sin reprochar.
De igual forma, tampoco es fácil para los adolescentes separarse de sus padres, se sienten inseguros y necesitan reafirmación constante de sus iguales. En ocasiones se sienten excluidos y a veces muy solos frente a esta enorme tarea de averiguar quiénes son. Algunos pueden mostrarse más enfadados que otros. Y es que el enfado es una emoción para ellos más manejable que la soledad, la vergüenza o la impotencia. El enfado también es una forma de poder separarse y negar que aún sigan dependiendo. Necesitan de sus iguales para expresar su malestar y sentirse comprendidos por los que están viviendo y sintiendo de forma parecida. Les necesitan también para ver cómo hacen ellos esa separación y poder identificarse con un grupo. Por eso, este período de confinamiento les complica aún más esta tarea.
Así que es normal que puedan estar más aislados, enfadados o apáticos, sólo están frustrados mientras intentan continuar con su «diferenciación». Necesitan usar y abusar aún más de sus redes sociales, porque es lo que les queda de conexión con el exterior. Por otro lado, podrían estar asustados y angustiados, especialmente si su familia se ha visto afectada por el virus. Nosotros, como sus adultos de referencia, tenemos que ayudarles a expresar esas emociones y contenerlas, no desbordándonos y dando seguridad, aunque también estemos asustados.
Sería bueno entender todo esto para no ser excesivamente estrictos con las demandas escolares ni con las normas de casa en estos días. Podría ser un buen momento para ayudar en el desarrollo de la otra mitad, sin la cual no seríamos personas completas. Acercarnos a las emociones compartiendo historias familiares durante la comida, acercarnos a los abuelos, cenar con ellos por Skype, entender de dónde venimos. Podría ser un buen momento para compartir y aprender tareas de la casa, para hablar del trabajo en equipo y de valores como la solidaridad, la compasión, la persistencia, la tolerancia, la resiliencia y sobre todo la gratitud, o para comentar las noticias que les preocupen.
Mucho ánimo y un abrazo muy fuerte para todos estos valientes padres al cargo.
(Mi agradecimiento a Raquel y a tantos otros colegas psicólogos que me inspiran y dan sentido a lo que hago).
Ana Clara Rodrigo Torres
Psicóloga Clínica